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martes, 23 de marzo de 2010

JOSÉ HELBERT BUITRAGO CORTES 5ª Parte

CAMBIO TOTAL DE MI VIDA


A partir del primero de enero de 1.997, es decir hace el espacio de 13 años, mi manera de vivir y de convivir con mi queridísima esposa, hijos y nietos, cambió de una manera muy significativa. A partir de esa fecha me retiré de la Rama Judicial, por cuanto obtuve la pensión de jubilación.


Someramente referiré a continuación cómo ha sido mi vida en estos, repito, TRECE AÑOS. Comoquiera que pensionarse no es sinónimo de muerte, tuve a la fortuna de que El Honorable Tribunal Superior de Cundinamarca aceptara como Auxiliar de la Justicia, servicio que preste durante otros 10 años pero ya sin la esclavitud de ser empleado, al cabo de los cuales me retiré voluntariamente, lo que me facilitó iniciar una vida diferente:

En mi mente, se produjo ese deseo de conocer miles de parajes, llegando de un lugar pero pensando en el próximo paseo.

Para ello, debía comprar un carro particular y en buenas condiciones. Para lograrlo, recordé que en mi vida de empleado al servicio del poder judicial, jamás había retirado cesantías parciales, las tenía como un ahorro silencioso, pero efectivo. Ya me había retirado del referido poder judicial, y entonces solicité y obtuve el pago de las cesantías definitivas, con lo cual compre el automóvil que tanto deseaba.

Y a correr se dijo. A Melgar, repetidas veces; a Mesitas, a Choachí, a Girardot y a otras poblaciones cercanas a Bogotá. Paseos que hacía con mis hijos, especialmente con los mas necesitados económicamente, por cuanto estaban mejor, paseaban y pasean con frecuencia.

Permuté el carro por un taxi, que e salió extraordinariamente bueno. Lo trabajaba hasta hace unos meses atrás mi hijo HENRRY, y a la vez me hizo varios paseos a la costa atlántica, a los que me referiré más adelante en forma detallada. También conocimos el Pacífico, concretamente Buenaventura, al igual que Cali, Palmira, Buga, Tuluá, Armenia, Pereira, Bucaramanga, Cúcuta, Villa del Rosario, Pamplona, San Gil, Villavicencio, Acacias, Puerto López, El Obligo de Colombia, Guamal, Granada y muchas ciudades y poblaciones más.

NUESTRO PRIMER PASEO A LA COSTA ATLÁNTICA

El sólo hecho á de pensar de recorrer por carretera los más de 900 kilómetros que separan Bogotá con Santa Marta, por una carretera desconocida y en un taxi, se convertía en una aventura.

No obstante, a las 4 am de cierto día, partimos. Conducía el vehículo mi hijo HENRRY Dejábamos atrás la inmensa altiplanicie de la sabana de Bogotá, e iniciábamos el descenso al rio Magdalena. Una hora después nos encontrábamos en clima caliente, pasando por La Vega, Villeta, Guaduas, Honda, La Dorada y Puerto Boyacá. Tuvimos un percance con el carro, que se nos varo de Villeta para arriba, lo empujamos y regresamos a la población, donde horas más tarde un mecánico diligente, lo arregló, y continuamos, sin ninguna otra novedad.

Rectas interminables aparecían a nuestra vista a partir de Puerto Boyacá. El valle del rio Magdalena por cuya margen izquierda va la carretera, es verdaderamente sorprendente, precioso en todo el sentido de la palabra. Parábamos a refrescarnos en sitios muy amenos, por cuanto principiábamos a sentir cansancio y especialmente el calor sofocante del sol. A las 4 pm llegamos a una población que se conoce Pailitas en el departamento del Cesar. Nos hospedamos en un hotel donde nos atendieron de la mejor manera posible. Muy temprano del siguiente día, partimos optimistas de que pronto llegaríamos a la costa atlántica. En efecto llegamos a eso de las 10 am a Santa Marta. Kilómetros antes ya habíamos visto el Océano, con su permanente y majestuoso oleaje. Allí, pasamos el resto de día y la noche, disfrutando al máximo de ese sitio. Personalmente me parecía que eso era un sueño, pero era una realidad. Un día después nos enrumbamos a Cartagena, pasando por Barranquilla y poblaciones intermedias. Continuamos el paseo, dirigiéndonos en una bellísima lancha, rumbo a las islas del Rosario.

Al inicio, la velocidad era normal, pero a medida que nos íbamos alejando de la costa, se incrementaba la velocidad, al punto que mi esposa lloraba del susto, al igual que el diminuto DIEGO ALEJANDRO, que hasta ahora cumplía unos ocho años de edad, aproximadamente.

Iniciamos a observar islas e islotes con cabañas de una be¬lleza sin igual. Por fin se detuvo la lancha al borde de un pasadizo de madera, por donde una vez descendimos, nos dirigimos a tierra firme, que constituye la isla principal. Restaurante y tienda es lo que primero se tiene a la vista. Luego nos internamos, hasta encontrar el acuario, más precioso que en mi vida haya conocido. Delfines educados haciendo mil piruetas, obedeciendo a quien los manejaba y alimentaba, volando a varios metros de altura, como si estuvieran previstos de alas y en general deleitándonos, en todo el sentido de esa palabra. En otros estanques, se observaban, tiburones, tortugas y otros animalitos acuáticos, propios del mar, que jamás habíamos contemplado, sino en retratos.

En uno de los tantos avisos de orientación que tienen grabados, me causó gran curiosidad, el que refería, que el mordisco de un tiburón, sí equivalía al golpe que produce la caída de 200 kilos a la tierra, desde dos metros de altura. Que miedo, pero que tan importante enseñanza. Sonó la campana y de regreso a la embarcación que nos llevaría al Puerto de donde horas antes habíamos partido. Lidia, que así es el nombre de mi esposa, tiritaba de miedo, pero poco a poco, a medida que dejábamos atrás las islas, se iba consolando, atendiendo nuestras sugerencias. Pero en la mitad del trayecto, giró la lancha y nos llevó a otra isla un tanto árida, allí, nos bajamos y se nos indicó que debíamos ubicarnos en mesas de comedores, en donde además de refrigerio, nos dieron un particular almuerzo, pescado de mar frito, yuca, arroz de coco y patacones de plátano pintón. Fuimos a la playa, en donde muchos natales, al igual que en el puerto fastidian, con invitaciones a colaborar al turista, para todo, por tal que se les dé algunas monedas. Un anécdota que no puedo dejar de consignar, es que en la isla principal, un buen número de niños de pocos años de vida, negritos requemados por el sol, solicitan que se les arrojen monedas al mar, y cuando ello ocurre, se dirigen nadando a la profundidad, y de allí sacan las monedas. De esa actividad derivan su sustento. Pareciera que en vez de pulmones poseyeran el sistema respiratorio de los peses, es decir branquias.

Cerca al restaurante, al pleno rayo del sol que nos quema, existe un hoyo profundo con una especie de taza de sanitario, construido en cemento, cubierto en contorno con plásticos y techo del mismo material. Allí hacen sus necesidades corporales tanto los residentes de la isla como los turistas que por miles, la frecuentan a diario. No cuentan con agua potable, es decir no hay acueducto y creo que tampoco alcantarillado luz eléctrica si hay, distribuida por las humildes casitas en alambre sostenido en postes de madera. Luego, de hacer sus necesidades, la persona se traslada a la playa y se baña las manos con agua del mar. No he podido establecer, pese a los varios viajes que he hecho a la costa, de dónde llevaran el agua para consumo humano en esas islas?

Suena por segunda vez la campana, y pasamos a la embarcación para continuar el regreso al puerto. Asechados por nativos, mujeres y hombres que nos ofrecen conchas marinas, caracoles, collares, dientes de varios animales y otros cachivaches para que los compremos y los llevemos para el recuerdo del paseo. Ese es otro medio de sustento de los moradores de aquella región, que dejan traslucir su pobreza y aún más miseria, en que viven, no obstante no tener necesidad de comprar ropa. Por cuanto más se cubren los senos y sus partes nobles, con bracieres, pantalonetas y calzones o tangas de diversos colores.

Prenden los motores y rumbo al puerto. Adió islas, hasta pronto habitantes de cabellos negros y ondulados, de miradas tristes, de piel negra y retostada por los rayos incandescentes del sol.

Media hora después, vemos a la distancia, los altos edificios de apartamentos y hoteles suntuosos de diversos coloridos y de lujos rimbombantes. Se observan buques de gran calado, de turismo, de carga, con banderas de diferentes países, pero especialmente para el servicio de turistas. Al llegar al puerto, ya mi querida esposa le había pasado el susto, lo que atribuyo a algunas cervecitas que consumió con agrado sincero.

Estuvimos en la ciudad amurallada, es decir la antigua, en el castillo de San Felipe, haciendo el recorrido por túneles angostos que asemejan unas vías a lo desconocido y en donde se oyen ruidos que producen cierto temor. Conocimos el monumento al zapato viejo, compramos barquitos y otras manualidades que por doquiera abundan y ofrecen nuestros apreciados costeños.

Se acaba el dinero y hay que regresarnos. Al pasar por Barranquilla, no pudimos soportar el deseo de conocer la de desembocadura del rio patrio en el mar. Luego entramos por una carretera destapada y con huecos profundos y llenos de agua. Llegamos, es lo más majestuoso que en mi vida he visto, se trata de una franja angosta de tierra, que penetra en las entrañas del mar, como de cerca de 10 kilómetros, bordeada por el otro costado, por las aguas del caudaloso rio Magdalena, en tanto que por el centro de esa especie de península angosta, pasa la línea férrea, por donde también se puede llegar en vagones a ese incomparable lugar. Las olas golpean por el lado del Océano, dando contra millones de piedras que como encerradas a propósito, detienen y regresan el incesante ir y venir de las olas. Como ya en ese sector nos trasladamos a pie, vemos como el oleaje, bota sobre las piedras infinidad de cangrejos, algunos de los cua¬les capturamos, por apenas simple curiosidad. El rio, más parece un brazo del mar. Su encuentro, con el océano es realmente imponente. El agua dulce del rio, como que se humilla y se agacha para a hurtadillas penetrar en las aguas infinitas del mar. Pero la lucha desigual, hace que el oleaje del mar, devuelva las aguas del rio, como indicándoles, que no invadan su territorio. Pero ante la persistencia del rio, las aguas de éste se mezclan con las del mar, como besándose y demostrándose afecto entre unas y otras.

Devolvámonos porque es tarde, pero antes entramos en una casita ubicada en una pequeña playa. Allí cogimos cantidad de pequeñas y grandes conchas de caracol, de diversos colores que aún conservamos.

De regreso a Bogotá, pero no sin que antes mi esposa les comprara, varias cositas que les regaló a nuestros hijos, que no nos habían acompañado, por razones de trabajo y estudio entre otras.

Cuatro o cinco viajes más de paseos a esas ciudades, hemos hecho, llevando grupitos de familia. Uno de esos paseos, lo hicimos todos, en carritos y en un bus que alquilaren nuestras hijas. Ese paseo resulta inolvidable, porque nos hospedamos en un sólo hotel, y porque compartimos en familia, lo que jamás habíamos hecho. Conocimos el Rodadero, que es una ciudad pequeña, pero muy linda, a escasos dos kilómetros de Santa Marta. También, por que se nos "perdieron" DIEGO Y MAURICIO quienes amanecieron en la playa, sin que nos diéramos cuenta que faltaban dos niños, MAURICIO Y DIEGO ALEJAN DRO. El susto fue enorme, nos dirigimos a la playa y los buscábamos, infructuosamente, llantos y lamentaciones en medio de carreras en distintas direcciones. Los encentramos sonrientes y soñolientos, cubiertos de arena que se les pegaba en sus infantiles cuerpecitos. Algunos regaños sobrevinieron, pero a la postre, risoteadas, al concluir, que nos habían anticipado los inocentes.

En verdad que ha sido el mejor de los paseos que hemos hecho, por varias razones. Primera, comprobar que realmente somos una familia ejemplarmente unida; que compartimos nuestros sufrimientos, pero igualmente nuestras alegrías, en fin no tengo términos apropiados para resumir la satisfacción que nos causó ese paseo.

SITIOS HISTÓRICOS CONOCIMOS EN LA COSTA.

En uno de los paseos, tuvimos la oportunidad de conocer la Quinta de San Pedro Alejandrino. Teóricamente me había enterado que en esa quinta, había fallecido SIMÓN BOLÍVAR, 17 de diciembre de 1.830, a la una de la tarde. Se trata de un lugar ubicado a las afueras de Santa Marta, lo conforma un parque hermoso, con corpulentos árboles nativos, césped en gramíneas muy bien conservado, jardines de incalculable belleza, con senderos enchapados, palmeras opulentas que invitan a un descanso merecido, al olvido de visitudes que hayamos sufrido. Casas coloniales de paredes y cielo rasos de color blanco, puertas de madera finísima, sólidas, con chapas antiguas de considerable tamaño. En una de las varias alcobas, se encuentran elementos que usó el Libertador en la penosa enfermedad que soportó y que lo llevó a la tumba. Ahí era el dormitorio; por el re¬cuerdo que produce en la mente de quien visita ese lugar, bien merece que se visite mayormente por los colombianos y habitantes de otros países.

Capítulo aparte merecen los lugares históricos de la ciudad Heroica. Las imponentes murallas, del Castillo de San Fe lipe, monumento a los zapatos viejos, la estatua de la india Catalina, la de BLAS DE LESO y la arquitectura de la ciudad antigua, amurallada, con sus balcones inmensos en madera, el templo colonial que da origen a la ruta que conduce al parque interino de la ciudad amurallada, son monumentos, entre muchos más, que nos llenan de admiración y orgullo a la vez.

OTRO PASEO, digno de recordación por que se nos presentaron anécdotas dignas de recordar.

En esta oportunidad, nuestro hijo OSWALDO, conducía el carro. Su apreciada esposa se encontraba embarazada de un retoño, que ahora conocemos y queremos en grado sumo, que responde al nombre de JUAN DAVID. Nos asaltaba el temor que el parto se presentara antes del regreso a Bogotá. Salimos como de costumbre a las cuatro de la mañana, con todo el equipamiento que un paseo de estos requiere. La primera parada la hicimos en Guaduas, donde acostumbramos a ingerir meriendas ricas que allí se consiguen. Continuamos y desayunamos en un paraje que se llama kilómetro 4 del municipio de Puerto Boyacá. Nadie dormía, observando la incalculable belleza de todo cuanto a uno lo rodea. Los puentes, las poblaciones y ciudades, los ríos y especialmente al Magdalena que serpentea por el inmenso valle, recogiendo a su paso de lado y lado, las aguas de riachuelos y quebradas, que algunos caen por cascadas que desde la distancia complacen nuestras miradas.

Empieza reverberar la carretera por acción del sofocante sol que nos quema. Pero nuestro querido conductor, no quisiera detener la marcha, con miras a llegar " temprano a Santa Marta, que era su meta y su propósito indeclinable.

Tragábamos por decirlo de alguna manera, kilómetros y más kilómetros de carretera plana y recta. La sed y el calor, hacía que nos detuviéramos por breves minutos en sitios a menos que se encontraran al lado y lado de la vía, aunque distantes de unos a otros. Llegamos por fin a San Alberto a eso de las cuatro de la tarde. Debimos continuar por un desvío de la carretera, por cuanto estaban reparando un puente que seguramente la guerrilla había dinamitado. Se oscureció y lo que podíamos observar era selva de lado y lado, y carretera angosta adelante, zona esta deshabitada. A eso de las 7 de la noche, llegamos al pueblito, "Pailitas", ya conocido en nuestro primer viaje. Oswaldo oprimió el acelerador, para pasar raudo, pero se enteró que la aguja del tablero del carro, le indicaba que íbamos escasos de gasolina. Habíamos visto letreros que indicaban el kilometraje que faltaba para llegar a Santa Marta. Curiosamente en alguno de ellos se leía; "A Santa Marta 330 kilómetros”, dos horas después aparecía otro aviso, que decía. "415 kilómetros a Santa Marta". Antes de llegar a Pailitas, un aviso que decía. "120 kilómetros a Santa Marta". Eso lo había llevado de ilusión a Oswaldo, no así a mí, ni a mi esposa, porque sabíamos que estábamos a más de cinco horas de trayecto, como él es un tanto malgeniado, no le decíamos nada, pero a la salida de Pailitas, nos acercó a un surtidor de gasolina, para proveernos de ese elemento. Fatigado pero resuelto a llegar a Santa Marta, le preguntó al " bombero", que cuantas horas se gastaban para llegar a Santa Marta, a lo que éste le respondió, un tanto alarmado. Faltan por lo menos en carro particular como el que llevan, unas cinco a seis horas, y le agregó: "Pero a esta hora, no les aconsejo continuar la marcha, por el peligro que presenta la guerrilla que dominaba esa región". Enmudeció nuestro buen conductor e hijo, y aceptó hospedarnos en dicha población. La propietaria del hotel donde en otro viaje nos habíamos quedado, se encontraba a esa hora, en compañía de su familia, bañándose en un cercano rio. Dio la casualidad que en ese instante llegó y de inmediato nos reconoció, y gustosa nos albergó en su bonito y cómodo hotel. Comimos y bebimos de todo cuanto quisimos, recorrimos algunos lugares, por calles pavimentadas y bien iluminadas. Dormimos y a la madrugada continuamos el viaje, no sin antes tomar jugo de naranja, tinto y infaltable compañero “SABAJON", se me hace la boca agua, pronunciando esta palabra que por lo mismo la escribo con mayúsculas.

Salimos del perímetro urbano y a lo alto, en letras fosforescentes al igual que números, muy iluminados, leímos con asombre."412 kilómetros a Santa Marta".

Resignado mi querido hijo, continuó la marcha, en forma normal y supremamente cuidadoso. A las diez de la mañana, después de observar centenares de hectáreas de plantaciones de banano, y admirar la cadena de montañas que conforman la Sierra Nevada de Santa Marta, y de igual manera observar el majestuoso torbellinos del oleaje del mar, por fin llegamos a la ciudad y empezamos a conocer diferentes lugares, no sin antes albergarnos en un hotel con vista al mar, a la extensa playa y al puerto marítimo. Las palmeras que se extienden por las playas, por donde a la vez cruza una de las principales avenidas, hacen que uno se olvide del cansancio que le producen las 18 horas de recorrido, sentado en un carro, y otras peripecias propias del viajante.

Horas después, partimos rumbo a “TAGANGA", que preciosidad mayor aparece a nuestras vistas y a nuestros sentidos en general. El mar entra en la costa, acariciándola en forma apacible, su oleaje es tranquilo y silencioso, la profundidad de sus aguas y su pureza, invitan a cualquiera a bañarse y tomarse fotos al por mayor. He llegado a creer, que alguna parte del cielo, en donde se afirma irán las almas de los buenos, puede tener semejanza a este sin igual lugar.

Nos bañamos, almorzamos de lo rico, ingerimos refrescos y pasamos ratos de esparcimiento sano inolvidables. Todo era dicha, y nos hacía olvidar los sufrimientos que de niños y también de adultos debimos padecer. No nos cambiábamos por nadie y nos parecía que nos encontrábamos en un planeta distinto a la tierra.

Posteriormente nos trasladamos a Cartagena, pasando por Barranquilla y por el Puente inmenso y precioso que se ubica sobre el rio de la Patrio el Magdalena, cuando le faltan unos cinco kilómetros para internarse en el mar. En Cartagena, conocimos todos los lugares que conforman el paraíso; fuimos a las Islas del Rosario, si mal no recuerdo y en general, pasamos horas muy amenas y por lo mismo inolvidables.

Sin pensarlo dos veces, decidimos de común acuerdo, regresarnos por la carretera que conduce a Medellín, para de esa ciudad enrumbarnos a Bogotá. A tempranas horas del día partimos por carretera desconocida y sin detenernos a leer los avisos que contenían el kilometraje de una ciudad a otra, porque nos engañábamos. Horas y más horas de recorrido veloz, pero cuidadoso, contemplando miles de bellezas, poblaciones, cerros, haciendas de ganaderías, quintas de lujos inmensos. Recuerdo que en una población, nos detuvimos a comprar toallas y otros elementos. También nos detuvimos en un buen restaurante en donde almorzamos y descansamos algunos pocos minutos.

Llegamos a un rio e iniciamos una cuesta larga, larguísima, con curvas continuas y un tanto cerradas, nos encontrábamos con enormes mulas que transportaban artículos del interior del país a la costa, con dificultad y maestría nuestro buen conductor, evitaba que nos accidentáramos contra esos monstruos de la carretera. Llegamos a la cima de la cordillera después de recorrer muchos kilómetros por sobre ella. Comenzó el descenso al valle de Aburra en el Departamento de Antioquia, donde está ubicada la ciudad de Medellín, que por aquella época, sufría los rigores de la violencia generada por el nefasto negocio del narcotráfico, con protagonistas como Pablo Escobar, y los RODRÍGUEZ ORJUELA. Al fondo se observaba que se había presentado un accidente de tráfico, que había represado a centenares de vehículos entre ellos, muy pronto al de nosotros, lo cual en efecto ocurrió. Ya le empezábamos ha hacer distintas posiciones a nuestras cansadas nalgas y columna vertebral pero las meriendas infaltables que siempre han acompañado a nuestra matrona, esposa y madre sin igual, distraían el cansancio y saciaban la sed y la posible hambre. Dulce, casi en forma permanente, papas fritas y otras meriendas, así como tal cual copa de sabajón, era nuestro alimento corporal y nuestro refugio espiritual.

Pasamos el lugar del accidente, en donde nos enteramos de la muerte de una persona. Continuamos con mucho más cuidado, entre los miles de carros que en uno y otro sentido, se apresuraban a recuperar el tiempo que habían perdido con motivo del "trancón" del accidente.

Ya se oscureció, y en lo profundo del valle, se observaban millones de bombillos que habían sido instalados a lo Iargo y ancho de la ciudad de Medellín, con motivo de las fiestas decembrinas y de reyes de enero.

Parecía a simple vista que ya estábamos próximos a llegar a la ciudad, pero cuan equivocados nos encontrábamos. Fueron interminables horas que nos separaban de aquella metrópoli. Al fin, como a eso de las nueve de la noche, entramos a un extremo de la gran ciudad, y avanzábamos cuadras y mas cuadras en busca de un hotel, pero pareciera que en esa ciudad no se conocía la palabra "HOTEL". Fue así como cruzamos la ciudad de extremo a extremo, hasta llegar a una comuna, oscura, tenebrosa y desprovista de habitantes, quienes por físico temor a que los sicarios que abundaban en ese lúgubre sitio, los asesinaran a balazos. Impresionados, nos devolvimos, sin rumbo fijo, para donde considerábamos que podía ser el centro de la ciudad.

Cuadras y mas cuadras de regreso, hasta cuando alguien de quienes estábamos sufriendo esa odisea, exclamó, que había visto un aviso, que parecía decir HOTEL. Nos dirigimos a ese lugar, y efectivamente, nos dieron hospedaje, al menos por unas pocas horas, por cuanto nuestro fatigado y desesperado conductor, optó porque arrancáramos a la madrugada, rumbo a Bogotá. Curiosamente nadie nos opusimos a semejante decisión, y por lo mismo, no conocimos en aquella ocasión la ciudad de Medellín.

El recorrido lo hicimos sin mayores tropiezos, algunos dormían como lirones, pero comida y bebida no nos faltaba, rica y apetitosa.

Llegamos a Villeta y ya nos ilusionábamos por el hecho de estar a dos horas de Bogotá. Pasamos Villeta y no nos dimos cuenta que teníamos que coger la carretera principal, por lo cual anduvimos varios kilómetros totalmente desviados, por no decir perdidos.

Mi esposa, principio a notar que esa no era la vía y nos alertó. Al comienzo no le hacíamos caso, pero luego, averiguamos a un campesino, quien nos confirmó que por esa carretera nunca llegaríamos a Bogotá. Media vuelta hasta la carretera central y rumbo a Bogotá, ya de noche y con el cansancio innegable que el larguísimo viaje genera.

Llegamos sanos y salvos, a contar vivencias nuevas y de todas maneras muy, pero muy agradables, corporal y espiritual mente.

PASEO A RIOHACHA.

Y nos faltaba conocer otra sección de la costa Atlántica, y entonces en esta oportunidad nos enrumbamos a la Guajira .Salimos de la casa, como de costumbre a la madrugada provistos de dulces y otras golosinas, con los maletines repletos de ropa propia de clima cálido. Llegamos al paradero y descanso ya conocido, Pailitas. La señora propietaria del Hotel, se esmeró en alojarnos y brindarnos toda la tención posible.

A la mañana siguiente partimos hasta llegar a la ciudad de Bosconia. De ahí se desprende la carretera que conduce a Valledupar, y por ella continuamos. Llegamos a esa hermosa ciudad desayunamos en casa de los padres de la esposa de nuestro nieto Álvaro Andrés Peralta, ésta familia es muy amable. Ellos nos dieron la orientación por donde debíamos seguir, para llegar aunque tarde a la ciudad de Riohacha, capital del Departamento de la Guajira. A las afueras de la ciudad, no pudimos soportar el deseo de comer arepaehuevo, que preparaban manos ingeniosas de mujeres que producen ese alimento y que los turistas lo consumen con verdadero agrado. Valledupar cuenta con hermosos ríos, con fincas a sus alrededores, con ganaderías preciosas, que le despiertan a uno envidia de la buena. La amabilidad de la gente de esa ciudad y en general de esa región, también es envidiable.

Kilómetros y más kilómetros avanzábamos por carretera plana un tanto descuidada, miles de paisajes se iban alternando como invitándonos a conocerlos y admirarlos.

Vamos por el costado oriental de las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta. Si mirábamos a la izquierda observábamos gran cantidad de Cordilleras que se entrelazan de unas a otras, con picachos de gran elevación, sobre los cuales se sienta las miles de nubes, formando como copos de algodón. Así mismo cascadas por donde se precipitan torrentes de agua, de singular belleza. Esas cordilleras continuas, las cubre parcialmente vegetación nativa.

Miramos a la derecha y en contra vemos extensiones de llanura interminables, con gran cantidad de cactus de diversas especies y otras plantas herbáceas, que tratan de cubrir la arena roja propia del desierto.

Al lado y lado de la carretera, pero a considerable distancia entre una y otra, se levantan casitas humildes donde habitan personas igualmente humildes. Pareciera que la carretera nos la hubiera asignado en esa fecha únicamente a nosotros, o que estuvieran en paro vehicular, por cuanto no se veían carros que estuvieran transitando por esa interminable franja de pavimento, repleta de huecos, que hacía que la velocidad fuera relativamente lenta. No nos imaginábamos que Riohacha fuera tan distante, pero ya en horas de la tarde, observamos las torres de apartamentos que allí existen y en general la pintoresca ciudad.

Una hora después, estábamos pisando las calles y avenidas, y en especial una que rodea la ciudad, de doble calzada y desde allí se contempla la majestad del Océano.

La playa es diferente a las que ya habíamos conocido en anteriores paseos a la costa atlántica. Ancha y plana con palmeras elevadas de tallos con forma de embudo, en el aire hondean sus hojas como refrescando el ambiente. Intercalados árboles con ramaje verde y bien cuidado. La arena de color ceniza, un tanto profunda y sobre ella, mesas y mas mesas plásticas de diversos colores, al igual que las correspondientes sillas, que dan un espectáculo precioso. Multitud de casetas donde expenden cerveza, gaseosas, jugos, aguardiente y ron. Miles de turistas, unos bañándose en el mar y otros sentados en las mesas, escuchando música y el sonido del ir y venir de las olas del mar y de las corrientes de aire.

Separada de la playa por la avenida, se observan los lujosos hoteles y edificios de singular belleza. Todos los hoteles que dan vista al mar, estaban repletos de turistas por lo que debimos hospedarnos en uno que se encuentra al centro de la ciudad. En verdad que la atención que allí se nos brindó, no merece reproche alguno y por el contrario, la calidez de la propietaria y de los empleados, hacen mayormente ameno la estadía en esa ciudad.

Nos sugirieron que fuéramos a la plaza de mercado, donde existía un restaurante, para qué degustáramos de los alimentos que allí con profesionalismo y esmero preparan. Efectivamente, la comida que allí se degustada resulta sin igual. Carne asada, o sudada, patacones, papa y otras delicias hace que uno se vuelva glotón y que tome decisión de regresar allí, cada vez que tenia apetito.

Al siguiente día, nos pasó un episodio, que lo contaré bre¬vemente; alguien nos dijo, que cerca a la ciudad, había un sitio digno de conocerlo. Le solicitamos a un "taxista" que si nos conducía a aquel lugar. Los taxis allá son auto¬móviles grandes y antiguos, corroídos por la sal del mar, pero los conductores son personas amables y cultas. Nos enrumbó a ese supuesto sitio digno de conocer, y cuando llegamos a donde se encontraban parcialmente enterrados, chasises de vehículos, lanchas en desuso, o mejor abandonadas, y en general, un cementerio de hierros y latas viejas, el conductor nos dijo, aquí es. Nos bajamos y le pagamos. Pero al ver el lúgubre paraje y ya había partirlo de regreso a la ciudad el taxista, DIEGO lo alcanzó a ver a la distancia y dio un grito con toda la fuerza de sus pulmones, que decía “Señor, por favor, llévenos nuevamente a la civilización, regresó el vehículo y efectivamente nos transportó a la ciudad, en tanto que los comentarios y risas de ese impase, no cesaban, burlándonos de nosotros mismos. Pero eso es parte, especial del paseo.

PASEO A SAN ANDRES Y PROVIDENCIA

Habíamos cumplido la meta de conocer las ciudades más importantes de la costa atlántica, regresamos a Bogotá, pero nos faltaba conocer las Islas de San Adres y Providencia, para completar la felicidad que esa clase de paseos le generan a cualquier ser humano.

Pasaría unos meses y la curiosidad y deseo de ira a esas islas, envidiables por propios y extraños, cada vez era mayor.

Cierto día le comenté a mi hija MARGARITA, que ya había reunido una platica para el paseo a San Andrés, pero tenía el presentimiento bien fundado que mi esposa se resistiría a ir por el inmenso temor que le asiste de utilizar un avión. Estudiamos un plan que por fortuna nos salió al pie de la letra. No le dijimos que íbamos a volar, sino que como de costumbre le informaríamos de un nuevo paseo, pero sin que se enterara a dónde.

Se obtuvieron los pasajes aéreos y de un momento a otro le manifestamos que ya era hora de partir. Ella como de costumbre tenía las maletas listas. Le informamos a mi hijo YHENRY quien conducía el taxi, y éste se prestó para la sor presa que le teníamos a LIDIA. Nos dirigimos al aeropuerto el Dorado, y cuando faltaban pocas cuadras para llegar, ella preguntó que luego para dónde era que viajábamos. Ya nos tocó informarle, a lo cual se empalideció, pero no protestó. La demora normal en la sala de espera y luego rumbo al avión que nos anunciaban su despegue en breves minutos, con destino a San Andrés Islas.

Se vistió de ánimo apoyada por nosotros, se encomendó a todos los santos, rezó en vos suave las oraciones que se acordó, mientras el rugir de los motores del avión, ensordecían. Partió lentamente por la pista, fue acelerando y despegó. Una hora y cuarenta y cinco minutos después, estábamos de ascendiendo a la inigualable isla. La ciudad es preciosa, de forma alargada, surcada por una avenida amplia, cuidadosa-mente conservada, con palmeras y arboles a todo el largo y ancho, que le impone mayor belleza. El mar se observa en contorno con su oleaje suave pero permanente. Hoteles por centenares, de varios pisos y coloridos múltiples. Tuvimos la siguiente experiencia; Abordamos un " taxi", para que nos trasladara desde el aeropuerto que queda a un extremo de la ciudad, hasta el hotel que por teléfono había contratado. El conductor hablaba en español y en oportunidades en inglés, idioma este último totalmente desconocido para nuestro grupito familiar. MARGARITA, MAIRA, DIEG0 ALEJANDRO, LIDIA y YO. Llegamos al elegante Hotel, y nos cobró la carrera en inglés. Le pasé un billete de $50.000,oo, calculando que alcanzara . El señor se dirigió a otro taxista y a carcajadas conversaban en ese idioma, regresando a donde nos encontrábamos y devolviéndome una suma que ni siquiera conté, para no asustarme de lo costoso que me había salido la carrera, o mejor, la novatada. Ya era de noche y una vez nos ubicaron en las habitaciones, salimos a ver si encontrábamos un restaurante en donde saciar el hambre que nos hacía crujir el estómago. Pero todo era en vano. Alguien, en español nos dijo que en ese sector no habían restaurantes y que lo único que en centrábamos era unas cuadras más adelante, era un asadero de pollos de muy buena calidad. No había otro remedio que dirigirnos a ese lugar y consumir ese pollo asado, con porciones de papa precocida y frita. Gaseosa y al hotel a dormir.

A las 5 de la mañana, me levanté y salimos con mi esposa a tratar de ubicar un sitio donde pudiéramos comprar algún alimento. Y preciso, llegamos a una casetica, donde el propietario vende a pescadores y turistas, unas arepas deliciosas, cuajada, café mezclado con leche y otras ricuras.

Nos reunimos todos y a desayunar se dijo, con todas esas meriendas. Luego de disfrutar del baño de mar y observar la ciudad y el océano, le solicité a un " taxista" que si nos indicaba los sitios turísticos de la isla, (que lo son to¬dos), y el hombre con una gentileza admirable, nos llevó primero a un lugar, que nos dijo se llamaba " SAN LUIS", Allí nos dejó, indicándonos que existía a más de un kilómetro mar adentro, un islote, al cual se tenía acceso a pie, que bien merecía que hiciéramos ese recorrido, para que jamás se nos olvidara semejante aventura, el señor nos manifestó que horas más tarde, regresaría para continuar su labor de pasearnos en contorno de la isla. Vimos que otras personas entraban en pantaloneta al mar y efectivamente se dirigían al islote, el cual se veía a considerable distancia.

Mi esposa, no se atrevió a hacer ese recorrido, quedándose a la orilla del mar observándonos. El oleaje nos acariciaba el cuerpo, de lado y lado. Parecía como si se tratara de un sueño. Pero minuto a minuto avanzábamos rumbo al islote, los niños, en partes, dada su mediana estatura, el agua los trataba de cubrir totalmente, pero ellos se defendían nadando, que ya lo sabían hacer a la perfección. Más de veinte minutos nos gastamos en llegar al islote, que le conforma una gran piedra de superficie plana y calichosa, con infinidad de huecos multiformes, semicubiertos por el agua que arrojan las olas. Al finalizar al lado opuesto de donde llegamos, la piedra inmensa, es más alta y a un extremo cuenta con un boquete, por donde las olas impulsan el agua, al ubicarse uno allí, siente él golpe del agua, que incluso lo tumbe, pero que constituye un inolvidable juego, entre el diminuto ser humano y le majestuoso océano.

Regresamos a la playa siguiendo el mismo recorrido que una hora antes habíamos hecho, pero ya sin el inicial temor, y más bien felices mirando el espectáculo sin igual que nos-invadía y especialmente la alegría inmensa de los niños.

Gaseosa y meriendas y a recorrer la playa en aquel lugar. Cazando cangrejos que se ocultan en la arena, en cavernas que seguramente ellos construyen.

Salimos a la carretera, que queda a posos metros y a la hora precisa, hizo su aparición nuestro benefactor, el " taxista". Continuamos el recorrido por la carretera que se extiende por la orilla del mar, pasamos por la población de San Luis que es como un barrio de la ciudad, y el conductor, despacio, nos mostraba todo lo que boquiabiertos observábamos adelante y a los lados, instruyéndonos a su manera para que pudiéramos hacernos mejores y más recuerdos gratos de ese paseo.

Llegamos a un sitio con varias casitas a la orilla del mar, donde venden de todo. Allí es el "soplador”, paró y nos fuimos de inmediato a enterarnos de qué se trataba. Cuatro o más negritos, nos persiguen ofreciéndonos servicios y mostrándonos el “soplador ". Se trata de una grieta en la orilla del mar, en una roca caliza, por donde penetra el agua, cuando llega la ola, y cuando ésta viene con gran fuerza, hace que el agua brote por esa grieta y se eleve a varios metros de altura, para nuevamente devolverse al mar. Ese día no se presentó ese fenómeno natural. Al lado de ese sitio, el agua del mar es pura, y allí los turistas arrojan comida, que los peces consumen con gran voracidad. No se permite la pesca, por lo que esa infinidad de pececitos, son pudiéramos decirlo, domésticos. Se podrán imaginar la belleza de este paradisiaco lugar.

Partimos, no sin antes tomar como de costumbre, fotografías a todo lo que veíamos. Llegamos al extremo opuesto de la isla, donde comienza la gran avenida, y como ya le habíamos dicho al taxista, que nos indicara un buen restaurante, paró y nos dijo que ahí había una pescadería que era la más frecuentada por los turistas. Efectivamente, le pegamos y nos quedamos en ese lugar. Son casas de inmensos salones, donde funciona el restaurante con gran cantidad de mesas, y en donde en forma glotona, ingerimos todo lo que en abundancia nos sirvieron. Fotos y más fotos, para recuerdos. Tuvimos la oportunidad de conocer y penetrar en el buque “GLORIA" que tan sólo sabíamos que existía porque así habíamos escuchado en libros de historia patria.

De regreso a Bogotá, después de varias horas de espera, porque el avión se había retrasado. Al descender, el susto de mi esposa, fue enorme. Se siente el vacio y cierto Vaivén que creo se presenta, para lograr aterrizar.

Rumbo a la casita, a repartir cositas que les habíamos traído a los hijitos, a mostrar fotografías y comentar nuestro paseo.

Me detengo a hacer las siguientes consideraciones:

1. Aunque no soy un fanático en creencias y dogmas de fe, como ya lo dejé consignado, porque no paso entero lo que otros por negocio tratan de infundirnos y que muchos sumisos e ingenuos , para no utilizar otros calificativos si los aceptan sin ningún reproche, las maravillas a las que me he referido y a las que más adelante, continuaré refiriéndome, me hacen estar más y más convencido, que este planeta y todo lo que en él existe, al igual que todo el universo, fue creado, hace miles de siglos, por un ser incalculablemente superior, a quien lo designamos como DIOS. De eso no me cabe as menor duda.

2. Las distracciones de los seres humanos, no consisten exclusivamente en ingerir licor hasta embriagarse, bailar, fumar, ir a espectáculos como conciertos o a cine o a depor¬tes, etc. Disfrutar de paseos conociendo y admirando la creación, constituye, sin temor a equivocarme, los más gratos momentos de esta sufrida vida que tenemos que soportar desde el vientre de nuestras madres y hasta la muerte.

3. El hablar inglés y en general, saber el inglés, en verdad que es necesario, para defenderse en la comunicación con otros seres humanos.

PASEO A CALI

Varios paseos hemos hecho a Cali y a Buenaventura, el principal puerto Marítimo de Colombia, sobre el Océano Pacífico.

Todos en grupitos familiares, disfrutando al máximo de la naturaleza, de las costumbres diversas de las personas de distintas regiones, y procurando hacer más ameno el paso transitorio de la vida terrenal.

En el recorrido entre Bogotá y Buenaventura, por carretera, se presentan cambios verdaderamente sorprendentes. De la altura de la cordillera oriental con tierras fértiles, planas y de clima frió, a tierras templadas y de relieve accidentado. A tierras de clima cálido especialmente compuestas por valles de grandes extensiones y belleza natural.

Me referiré en particular a un paseo que hicimos con mi hermana ADDÁ y mi hermano HUGO.

Dos carritos utilizamos para este singular paseo. Partimos al amanecer de cierto día, en el transcurso del viaje y antes de llegar a Ibagué, nos sorprendió ADDA, con un suculento “fiambre” que llevaba, por cuanto según su dicho, si no come, se enferma. Desde luego que bien sabemos, sus enfermedades son sicológicas, más que todo. Media hora después, estábamos desayunando en Cajamarca. Iniciamos la subida a la línea, que es un paso sobre una elevada cordillera paramosa, desde donde se observa el gran valle donde están ubicadas las ciudades de Calarcá, Armenia, Pereira, Tulúa, Buga, Palmira y Cali, entre otras.

Cuando el día está despejado, a mí personalmente cuando llego a la cima de esa cordillera, me da la sensación que así es el cielo, donde llegan a diario las almas buenas. Pero la dicha no nos duró mucho tiempo, habíamos avanzado varios kilómetros, cuando el automóvil donde iba ADDA y su esposo CARLOS CORTES, conducido por WILIAN su gentil hijo, principió a fallar. A base de cacharrearle por todo lado, de echarle agua, la cual abunda en chorreras que bajan de lo alto de la cordillera, y de rezar muchas oraciones, por fin volvió a prender, y a tranconasos coronamos la loma .

Bajamos por la parte opuesta de la cordillera, hasta llegar a Armenia. Nos dirigimos a un taller de mecánica de carros y ahí permanecimos por varias horas, hasta cuando el mecánico nos dijo que ya el carro, quedaba en buenas condiciones de funcionamiento, pero que si algo fallaba, regresáramos, porque él nos daba garantía.

Seguimos y pronto encontramos un restaurante a la orilla de la carretera, donde almorzamos como si jamás lo hubiéramos hecho. De ahí en adelante le empezó la jaqueca a ADDA y unos kilómetros adelante, principió de nuevo a fallar el ca-rro. Por la tarde llegamos a la casa de una familia conocida y extraordinariamente buena, quienes nos alojaron y nos aten dieron de mil maneras. Después de comer y beber en abundancia y dialogar amenamente con esa familia, nos acostamos en un inmenso salón donde nos tendieron colchones y colchonetas, con sábanas limpias para abrigarnos.

Quince minutos después de acostarnos, principió nuestro buen CARLOS CORTES, a roncar estruendosamente, sin parar hasta el amanecer. Al día siguiente fuimos a varios sitios, no obstante los quejambres de ADDA y de la enfermedad, del carro, que hizo que otro mecánico lo revisara durante casi todo el día. Subimos a la estatua del sagrado Corazón de Jesús, un monumento que se encuentra sobre una cordillera elevada en la parte superior de la ciudad.

El paisaje resulta indescriptible, para el lado donde uno dirija la mirada, se ven inmensos cultivos de caña de azúcar, otras plantaciones, potreros con ganaderías incontables; parques, la hermita, (iglesia sin igual), torres de edificios de apartamentos de variadísimos colores. Ríos, especialmente el Cauca, que serpentea por el valle en dirección norte. Para mí, ir a Cali en son de paseo y no pasar a Buenaventura a conocer el puerto y el gran océano pacífico, no tendría razón. Así que temprano partimos a Buenaventura. Inicia la carretera por una pendiente bastante inclinada, que la pudiera yo catalogar como el pie de monte del Valle. Curvas y más curvas hasta sobreponerse a la cordillera Occidental, continúa varios kilómetros por sobre la sima de tal cordillera hasta principiar a descender ya para la región pacífica, cercana al océano. Se recorre un considerable tra¬yecto, y empezamos a observar altas cordilleras enlazadas unas a otras, desprovistas de vegetación, es decir se presenta un cambio de panorama muy significativo. Sigue la carretera, ya a la margen izquierda de un rio que corre hacia el occidente y obviamente que va a desembocar en el Océano. De lado y lado cordilleras muy elevadas formando entre una y otra un valle angosto, pasando la carretera por varios túneles, unos mas extensos que otros hasta llega a una población pequeña.

Aquí encontramos el único peaje que existe entre Cali y Buenaventura. Continuamos siguiendo la misma margen del rio encontrándonos casi en forma permanente con gigantescas mulas que transportan, toneladas y más toneladas de productos importados y que van con destino al interior del país, es¬pecialmente a Bogotá.

Ensordecedor e imponente resulta el raido estruendoso que producen los motores de esos vehículos. Las cornetas las disparan los conductores a menudo para pedir paso a pequeños vehículos particulares y de servicio público de pasajeros. Llegamos a un balneario, donde el rio se une a otro que baja por la pendiente de la cordillera, de aguas cristalinas y tibias en razón al clima muy caliente de aquella región. Son miles las personas que se bañan en charcos que se forman en el lecho del rio y en piscinas que reciben el agua del mismo rio y se la devuelven de inmediato. Desayuno abundante con pescado fresco, o carne o gallina, barato y extremadamente rico en sabor y vitaminas muy merecido, por que el hambre ya hacía mella en nuestros sudorosos cuerpos.

A partir de este lugar, se observa a centenares de kilómetros, hasta donde nos alcanza la visión, millones de hectáreas cubiertas de selva nativa, esto en todas las direcciones.

Niños y niñas negritos se encuentran a la orilla de la carretera jugando, desnudos o con prendas de vestir mínimas. En sus rostros infantiles se evidencia su pobreza y la falta de cuidados por parte de sus progenitores y del Estado colombiano. Por fin llegamos a un sector donde pareciere que está amaneciendo, y se principian a ver innumerables casitas de techos de zinc corroídos por el óxido, humildes en todo el sentido de la palabra, que contrastan con edificios elevados y suntuosos del centro de la ciudad.

La avenida principal nos conduce al puerto marítimo, en donde somos objeto de seguimiento de muchos señores que en pantaloneta corren detrás de los vehículos, incluso aún superándonos en velocidad, brindándonos orientación e invitándonos a JUAN CHACO y otros lugares, según, nuestras guías de singular belleza. En verdad que se tornan cansones, como se dice comúnmente. Nos acercamos a la orilla del océano después de dejar en un parqueadero los vehículos, majestuoso es el oleaje, pero el agua es turbia y maloliente. Allí se vierten todas las aguas negras de la ciudad y esta está contaminada y mezclada con plásticos en gran cantidad, que denotan descuido y abandono total tanto de las personas en general como de las autoridades. En un anterior paseo habíamos penetrado en una lancha, y pudimos darnos cuenta, que el agua ya es de color normal y de una belleza incontable. En aquella ocasión de regreso, algo falló en el motor de la lancha, por lo que se apagaba y quedábamos a la deriva, siendo llevados por las olas, para donde ellas lo quisieran. El susto fue enorme, ya que las torres de los edificios de la ciudad, se veían a la distancia como si tan sólo tuvieran una altura de veinte metros. Las mujeres y los niños lloraban y rezaban a la vez. De vez en cuando y ante los esfuerzos del maquinista, el motor volvía a prender y avanzábamos hacia el puerto, pero se apagaba de nuevo y otra vez continuaba nuestra preocupación bien motivada.

Esta aventura la habíamos comentado, por lo que tanto mi hermana ADDA como los demás paseanderos, nos decidimos desistir de entrar al Océano. Media vuelta, rumbo a Cali, pero ya parte, por una carretera distinta, pasando por el lago Calima, que a la distancia se ve como el cielo azul, largo y profundo. Allí comimos de lo rico, mazorcas azadas, carne y otras viandas de agradable sabor, al igual que gaseosas muy refrescantes.

Durante nuestra estadía en Cali, nos sucedió algo que no es posible dejar de consignar. Almorzamos y al momento menos pensado nos percatamos que mi hermana ADDA, se había escapado con rumbo desconocido. La reacción de todos fue la de localizarla dentro del menor término posible. Alguien, no recuerdo quién, se acordó que a unas tres cuadras de distancia estaba ubicado un Hospital y por lo mismo intuimos que en ese lugar se podía encontrar, en razón a la adicción que la acompaña de acudir a cuanto médico le sea posible, que como es obvio, los encuentra en las clínicas y hospitales. Nos dirigimos al hospital y por entre unas rejas, la pudimos ver, que dialogaba en un salón de espera con varias personas, desde luego desconocidas. William, su hijo se apresuró a entrar a ese lugar, en tanto que los demás los esperábamos afuera.

Cuando salieren nos informaron que en una junta de médicos habían acordado, que el tratamiento que ella debía recibir no era posible dárselo en esa ciudad y que lo mejor era que la trasladáramos a Bogotá, para que la intervinieran quirúrgicamente, de un taponamiento de sus venas y arterias, especialmente la que pasa por el corazón, porque se le habían fórmalo una especie de coágulos y cálculos en el hígado que debían ser extirpados cuanto antes. Ya eran dos pacientes: ADA y el carro que permanecía en el taller de mecánica, donde rectificaban la culata, le cambiaban de empaques entre otras reparaciones, como soldadura en el radiador, ya que se estaba recalentando en alto grado.

Esas dos circunstancias aceleraron nuestro regreso a Bogotá. El temor que nos asaltaba de que el carro volviera a fallar, no se hizo esperar. Faltando unos pocos kilómetros para encumbrarnos a la LINEA, se apago y arrojaba vapor abundante, se le agotó el agua y el recalentamiento era muy notorio. La solución fue orillarlo y esperar que se enfriara, echándole abundante agua, lo volvió a prender y entonces alguien manifestó que eso era falta de aceite, por lo que debíamos conseguir a como diera lugar, varios cuartos para proveerlo a fin de que el motor no se fuera a fundir. Partimos con William y otras personas en el carro que estaba trabajando normalmente, rumbo a Cajamarca. Casi en toda casa y especialmente en los monta llantas que encontrábamos, preguntábamos por el aceite, pero todo era infructuoso. Llegamos a un sitio donde resultó imposible continuar el recorrido, por lo que William y Yo, nos bajamos del carro y a pie continuamos la marcha acelerada para cubrir los más o menos 15 kilómetros que nos faltaban para llegar a Caja¬marca. Por en medio de innumerable cantidad de mulas que en ambos sentidos recorrían la carretera a paso de tortuga, por el trancón que se presentaba, y con un calor infernal, cada minuto apurábamos mas y mas el paso. Por fin llegamos a la población y compramos varios cuartos de aceite, de cualquier merca, porque no teníamos de dónde escoger. Emprendimos regreso a pie a donde estaba varado el carro.

Al cabo de un buen trayecto, encontramos que el carro estaba funcionando bien y que angustioso nos esperaba su conductor para llegar al sitio que debíamos llegar.

Estábamos listos a seguir, ya en carro, cuando alguien observó que el carro varado, se desplanaba a gran velocidad por la carretera en dirección a Cajamarca, adelantando mulas y otros vehículos, invadiendo la calzada que no le correspondía. Notamos que era RAMON un yerno que se había dado las trazas de hacer prender el carro y que no quería que se le volviera a apagar, si detenía su veloz carrera. Por fin nos escucho y paró, sonriente, comentándonos su hazaña. La felicidad fue enorme, pero esta no duró mucho tiempo. Ya de noche, el carro se volvió e recalentar y desde luego el conductor lo orillo en una curva que contaba con amplitud para allí estacionarlo. Agua y más agua, rezos y más rezos, empujones más empujones y nada que prendía. En últimas se optó por halarlo con el otro carro, y fue tal el sacudonáso que volvió a prender y a gran velocidad se subieron las personas que en él se transportaban, tomaron asiento y desapareció de la vista de quienes ocupábamos el otro vehículo. Unos cinco kilómetros antes de llegar a Ibagué, se volvió a apagar, por fortuna frente a un restaurante, en donde comimos algo y bebimos gaseosa abundante, ante la sed de angustia y cansancio que nos abatía. Nuevo ensayo a prender nuestro varado carro y por fortuna volvió a servir, hasta que llegamos a Ibagué, donde nos hospedamos en casa de la mamá de la esposa de nuestro hijo WILSON. Allí nos atendieron de la mejor manera posible.

Llamaron al seguro, para que nos trasladara el carro varado a Bogotá, y la respuesta fue positiva, advirtiéndonos que muy a las cuatro y media de la mañana nos prestarían ese importante servicio, dotándonos además de otro automóvil que nos traería a Bogotá. De esa manera culminó la odisea, que entre chiste y chiste la convertimos en amena y parte esencial de este sin igual paseo.

Los médicos a atender la salud de ADDA y el mecánico a arreglar el carro, cambiándole una bobina, de $12.000, que era lo único que había fallado y que no nos habíamos dado cuenta, lo que se prestó para que los deshonestos mecánicos, tanto en Armenia como en Cali, ordeñaran, como se dice comúnmente a sus propietarios. Sea como sea, tenemos gratísimos recuerdos de ese paseo. Hemos hecho paseos a Cúcuta en varias oportunidades, a ciudades de los Llanos Orientales, que nos llenan de recuerdos amenos e inolvidables, contemplando por doquier la belleza de Colombia.

Y no podían faltar los paseos repetitivos al Huila, a ciudades como Neiva, Garzón, Pitalito, San Agustín, y a uno que se llama Yaguará.

De San Agustín tenemos anécdotas que aún nos producen risa. El parque es inmenso, de muchas hectáreas, que lo atraviesan senderos, unos empedrados y otros cementados. Desde la entrada, encontramos estatuas hechas en piedra blancuzca, con figuras con apariencia de personas de baja estatura, de caras redondas, de narices chatas, de ojos grandes y un tanto saltones, en verdad que esas estatuas son poco agradables a la vista, ni a los demás sentidos. Da la impresión que la muerte de quienes están representados en esas figuras, debió ser de inanición, por cuanto allí no encontramos nada de comer y en el pueblo de San Agustín, sólo encontramos un almuerzo desagradable al paladar y muy poco nutritivo.

Dos episodios se presentaron; pasando por sobre un puente de madera que se encuentra sobre un riachuelo, sobre piedras anchas que sirven de lecho al agua, se observan algunos signos que se dicen fueron hechos por los indígenas que poblaron esa zona, al igual que la infinidad de estatuas que están clavadas a lo largo y ancho del inmenso parque. Mi hijo HENRY, que llevaba en hombros a un pesado niño, se quedo observando tales gravados, y exclamó, "Indios vagabundos ponerse a hacer estos jeroglíficos para que se convirtiera este lugar, en turístico para los incautos corno nosotros".

Nuestra hija Aurora, gordita por naturaleza, se le notaba fatigada, subiendo unas empinadas escaleras de cemento, terminan en una mesetica, donde se ubican marías estatuas con apariencia de monstruos, como haciéndonos gestos, mostrándonos sus anchos y corpulentos dientes, que representan la cultura de antañas épocas.

De regreso exclamó AURORA. Qué de atractivo tienen esas piedras que tanta propaganda les hacen los historiadores? A la salida del parque se encuentra el museo arqueológico, con millones de estatuillas en piedra, que algunos Compraron para llevar de recuerdos y demostrar que sí habíamos conocido el parque y sus bellezas entre comillas. Nos tildarán de ignorantes, pero esa fue nuestra apreciación y punto.

Conocimos la parte inicial del rio Magdalena al sur del país y un majestuoso lugar fluye otro rio, con el lecho de color rojizo, único, creo yo de singular belleza en este continente.

Yaguará, es una población a la orilla de la represa de Betania. Allí estuvimos en varias oportunidades. En una ellas hicimos el recorrido en un imponente y lujoso buque de tres plantas con todas las comodidades que uno puede soñar. En el primer piso existe pista de baile, en donde un sinnúmero de parejas ejercitan esa actividad, amacizados e ingiriendo diversos licores, al son de música variada y muy agrá dable. Comidas y diversiones dentro del buque es lo que abunda, grito y fiesta es lo que se percibe en los viajeros, en tanto que el oleaje de la represa nos acaricia. Llegamos al final de ese inmenso lago, que lo detienen un largo, ancho y alto muro de piedra, construido con toda la ingeniería del hombre, que impacta quienes lo frecuentan. Regreso a la población, a comer mojarra negra, que atrapan los pescadores, por millares, y de sabor riquísimo. Las personas que se encargan de preparar esos manjares de mojarras, son verdaderamente muy capacitadas en esa actividad.

En el parque alquilan caballos, que constituyen otro atractivo a los turistas. En otro paseo, estuvimos al lado opuesto de la población y desde luego de la represa. Allí nos condujo MARGARITA nuestra hija y el Dr. PEDRO ACOSTA, que eran amigos del propietario de una de las casas más bonitas de las muchas que he conocido en lo que hace a las de los campos. Aunque es de un solo piso, está construida de feriales excelentes, muy bien distribuida, alcobas y salones a distintos niveles, con baños muy bien enchapados y cocina amplia y muy bien diseñada. Al frente se encuentra un patio enorme cubierto de un pasto debidamente cuidado, a un costado se encuentra un inmenso galpón, donde se observan gallinas, esbeltos gallos, piscos y piscas, grandes y pequeños, que hacen abrir el apetito al mas anemiado de los visitante, al fondo, que es un tanto inclinado, se encuentran árboles frutales muy bien cultivados y cuidados técnicamente. Prados que invitan a permanecer admirándolos por considerable tiempo. Por una escalinata bien construida, se desciende a la orilla de la represa. Allí flotando en el agua se encuentra una lujosa lancha. A un lado en un corral están los cerdos grandes y provocativos.

Uno de esos animales, lo habían sacrificado, precisamente con motivo de nuestra visita a ese lugar.
Estómago fue lo que nos hizo falta, para consumir chicharrones y carne de ese inmenso porcino.

En la lancha hicieron un veloz recorrido por las aguas de la represa, pero no propiamente dentro de la lancha, sino en unos aparatos de plástico colorido que los llaman gusanos que los atan con cables a la lancha, y se montan y a agrandes velocidades y piruetas sorpresivas, consiguen que quienes van acaballados en los gusanos, pierdan el equilibrio y sean arrojados al agua. Los flotadores no los dejan hundir, pero el susto es realmente impresionante. Fuimos a un paraje en donde hay un riachuelo que en un determinado sitio, forma una pequeña cascada, y al caer el agua, sobre la roca formó un pozo donde los viajeros disfrutan de un baño delicioso e inolvidable.

Todo fue dicha y bienestar, no dudo en sostenerlo de esa manera.

Hace aproximadamente un mes, nuestras hijas, MARLEN y BETSY, como de costumbre, alquilaron unas cabañas en los llanos orientales y allí se ubicaron en un puente que se presentó, de los varios que en Colombia se presentan, en razón a la Ley “Emiliana", en memoria de su autor, EMILIANO ROMÁN, insigne senador de la República, que infortunadamente ya falleció. Un grupito de otros hijos y nietos, partimos al día siguiente, para esa misma región, en son de paseo. Aunque no íbamos con destino a las cabañas en donde se encontraban nuestras hijas, ya referidas, optamos por comunicarnos vía celular. Nos respondieron y de inmediato, con el cariño y familiaridad que las caracteriza, nos indujeron a que las acompañáramos, a lo cual accedimos gustosos. Las atenciones que nos brindaron y los sitios que conocimos, al igual que la gastronomía, hace que jamás olvidemos y que los consideremos como uno de los más gratos recuerdos que perdurarán hasta el fin de nuestra existencia. Infinitas gracias. Dios las bendiga y proteja para siempre.

Recordar es vivir y entonces debemos vivir para recordar. Podrán existir dos ancianos más felices que nosotros?

No lo creo, y si existen, permítanos felicitarlos y aún envidiarlos, si cuentan con unos hijos, nietos y bisnietos, que nos colman de felicidad y que constituyen la familia mas unida y fraternal que conozcamos, y que en tales condiciones nos hemos propuesto como meta permanecer para siempre y que continúe nuestra familia de la misma forma, después de nuestra despedida final de esta Colombia, creada por el Supremos hacedor, con infinito esmero para deleite de quienes la conocemos y disfrutamos.

Bogotá D. C. Noviembre 26 de 2.009. JOSÉ HELBERT BUITRAGO CORTES

1 comentario:

Marlen dijo...

Estoy asombrada de tan prodijiosa memoria que tiene mi padre... que desgracia que yo n o haya heredado la misma. Espero que mi Dios nos de licencia para poder disfrutar nuevamente un paseo con toda la familia.. animemonos que si se pudo una vez podemos hacerlo las veces que queramos.Aunque no se lo diga casi nunca SOLO DIOS SABE CUANTO TE AMO PAPA.

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