RSS

martes, 23 de marzo de 2010

JOSÉ HELBERT BUITRAGO CORTES 4ª Parte

RECUERDOS DE ANTAÑO

Desde mi niñez y hasta hace doce años, escuchaba decir a muchas personas, que en Colombia existían sitios paradisiacos, con piscinas bellísimas y toda clase de atracciones turísticas, se me nombraban ciudades como Santa Marta que había sido fundada por RODRIGO BASTIDAS, Cartagena, Barranquilla, Riohacha, con sus respectivos fundadores, todas ellas ubicadas en el mar Caribe, a donde miles de personas se dirigían a pasar vacaciones, a sus lunas de miel; que también existían las islas de San Andrés y Providencia en el mismo mar. Así mismo se me refería de ciudades como Cali, Pereira, Buenaventura, Tumaco, estas dos últimas, puertos sobre el Océano Pacifico, escuchaba que la ciudad de Armenia al igual que Manizales, quedaba en el eje cafetero.

Se me mostraban todas esas maravillas en un mapa de Colombia, al igual que el rio Magdalena, que era una línea azulita, que recorría el país pasando por el centro, iniciando en el sur, en el páramo de las Papas y terminando en el norte en donde desembocaba en el mar, en un sitio que se llamaba Bocas de Ceniza. La geografía no la enseñaban recitando de memoria, aún las ciudades capitales de cada uno de los Departamentos, y de las desaparecidas intendencias y comisarias, que ahora también son departamentos.

Me enteré de la existencia de infinidad de ríos, unos que corrían en dirección norte, otros al oriente, al occidente y al sur, todos caudalosos y la mayor parte de ellos navegables. También supe en teoría que Colombia contaba con una gran extensión de tierras planas, que las llamaban, " Los Llanos", que su capital era Villavicencio, por que correspondían esas pla¬nicies al Departamento del Meta.

Escuchaba de la división del territorio patrio, en zonas, y que por el norte limitaba con el Océano Atlántico y por el occidente con el Océano Pacífico. Referían de la existencia en Colombia de tres grandes cordilleras que recibían el nombre de Los Andes. Que habían nevados y volcanes, lagunas y lagos de infinita belleza. En fin, Colombia era un paraíso sin igual, con todos los climas habidos y por haber, con flora y fauna abundante y sin igual. También decían que parte del suelo colombiano lo constituían desiertos, como el de la Guajira, el de la Tatacoa y el de Villa de Leiva.

Que existía la Catedral de Sal de Zipaquira, la Quinta de San Pedro Alejandrino, el Museo de Oro, la iglesia de Monserrate y el cerro de Guadalupe, así como termales en Choachí y otros lugares.

Me percaté en teoría de la existencia de un puente, que se llama, Puente de Simón Bolívar, que une por carretera a Cúcuta con Venezuela. Todas esas maravillas y muchas más, las conocía, repito, en forma teórica, e igual le ocurría a mi esposa e hijos.

Pero escúchenme lo que me sucedió:

Cuando completé 54 años, fui invitado por mi hija Betsy y su esposo de esa entonces, a que fuéramos a un paseo a conocer la Hacienda Nápoles de PABLO ESCOBAR, hombre siniestro que más tarde murió de varios disparos que le propinaron agentes de la Policía. Ansioso como había estado durante muchos años, de conocer al menos una región distinta a la que había pasado mi vida, no dudé en aceptar tal invitación y fue así, como junto con mi esposa e hijos nos acomodamos en la carrocería de un enorme camión, en donde llevábamos colchones y esteras, así como algunas butacas, y muy tempra¬no partimos hacia esa tierra desconocida. A decir verdad, me quedaba perplejo mirando y mirando mil maravillas a lo largo del recorrido, para luego llegar a la Hacienda, en donde se encontraba sobre un arco, una leyenda que decía: " BIEN VENIDOS A LA HACIENDA NAPÓLES”. De ahí nos dirigimos al Zoológico, que lo constituye centenares de hectáreas, 17 planas, cruzadas de carreteras en distintas direcciones, cubiertas de vegetación de inigualable belleza, árboles frondosos, donde hacen sus nidos y se reproducen infinidad de pajaros y otras aves silvestres de coloridos múltiples y cantos sublímales.

Más al fondo de la hacienda, iniciamos a observar animales traídos de África, tales como elefantes, avestruces y un sin número de aves y vertebrados, que solamente había visto en dibujos de folletos. Dantas y camellos, que nos olfateaban y que esperaban al igual que los demás animales, que les diéramos algo de comer, aunque la comida la tenían de sobra. Absorto me quedé de tanta y tantísima belleza que nos rodeaba. Llegamos a un pequeño lago de aguas amarillentas, tranquilas y en forma un tanto circular. Allí, en una de sus orillas decía: " LOS HIPOPATAMOS SALEN DE ESTE LAGO CADA AÑO USTED VERA SI LOS ESPERA". De todas maneras, ese día tuve y tuvieron los demás excursionistas, la satisfacción de conocer esos animales, que jamás he vuelto a ver directamente y sólo hace unos meses, cuando en la televi-sión mostraron a uno de ellos, asesinado a tiros, porque se había evadido de la Hacienda, junto con otro hipopótamo.

Recordaba el pasaje bíblico, del paraíso terrenal, y me día mayormente cuenta de la existencia de un ser infinitamente superior a quien llamamos DIOS, que creó todo lo visible y lo invisible, con una perfección sin límites. Salimos de la hacienda y nos dirigimos el Rio Claro, corriente de agua dulce de inimaginable belleza, que corre por entre majestuosos árboles, de aguas cristalinas y tibias. A la sombra de un árbol, nos ubicamos a la orilla del rio, a consumir cerveza y viandas muy variadas y riquísimas, en tanto que observábamos a nuestros hijos "Chapucear" en un "charco", del maravilloso rio. Nunca aprendí a nadar, porque repito, las piscinas las conocía en teoría y en algunos dibujos, y nada más.

Por poco se aboga mi hijo JAIRO, lo cual me causó susto, pero que se superó casi de inmediato, cuando salió sano y salvo. En medio de calor sofocante, ingeríamos cerveza, al punto que me embriagué, más de lo que normalmente ocurría, al día siguiente el "guayabo" me consumía diabólicamente. Fue en ese mismo momento, nunca jamás volver a consumir cerveza, de ninguna mara y por ningún motivo. Orden tajante que cumplí, estoy cumpliendo y continuaré cumpliendo. Esto a fuerza de voluntad, lo que considero otro triunfo de mi vida. Regresamos a Chiquinquirá, donde residíamos, pero les diré que ese fue el comienzo del VICIO que adquirí y al que no me ha sido posible abandonar, porque desde entonces me convertí en un empedernido andariego; de región en región, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y de cordillera en cordillera.

No contaba con carro propio para acometer tan obstinada peregrinación por todo el territorio patrio.

Un fracaso que se suma a otros fracasos a los que ya me he referido:

Me propuse comprar un taxi de servicio público en Bogotá, y a fe que lo conseguí. Un yerno me colaboró para señalarme el taxi que en un taller de mecánica estaban vendiendo, me lo garantizaron que se encontraba en perfectas condiciones de funcionamiento y me convencí que así era, ya que el mecánico también era amigo, dada su profesión con especialidad en carros, era de suponer que lo que sostenía era verdad. Se trataba de un FIAT POSQUI, de muy triste e ingrata recordación. Todo, hasta las llantas le funcionaban mal, o mejor, no le funcionaba nada bien. No producía siquiera para pagar la gasolina que consumía, aunque permaneciera la mayor parte del tiempo apagado.

Los fines de semana los empleaba para empujarle por calles, carreras y avenidas, procurando que prendiera el motor y que funcionara siquiera unas pocas cuadras hasta llegar a otro taller, para repararlo, pero la mayoría de las veces llegaba pero a base de batería humana, es decir empujándolo hacia a delante y hacia atrás.

Tres de mis hijos aprendieron a conducir vehículos, practicán¬dose en ese remedo de carro, pero sufriendo los apagones y más apagones que cada diez minutos se sucedían. Yo también, porque todo no puede ser negativo, aprendí y me practiqué en empujar un carro para obtener que prendiera el motor, a más que de esa manera ejercitaba la fuerza y fortalecía los músculos.

Pero, ni solicité ni obtuve licencia para conducir carros varados. Esta odisea duró como dos años, al cabo de los cuales lo " vendí", por lo que un desafortunado señor me ofreció. El valor no compensó siquiera los muchos repuestos que debí comprarle.

Quien lo adquirió debía tener un depósito de chatarrería, para a la vez venderlo por kilos. Fue un fracaso total, y punto.

Mi anhelo de recorrer el país en carro propio, se esfumaba. Pero cierto día, una hija de nombre MARGARITA, me invitó a ir a Ibagué, donde residía por aquella época. Más se demoró en abrir la boca y pronunciar esa invitación, que yo en responder “VOY”. Fuimos atendidos de la mejor manera posible, conocimos piscinas y en ellas veíamos nadar incipientemente a nuestro nieto DIEGO y a nuestra nieta MAIRA ALEJANDRA. La pasamos de maravilla. Fuimos por una carretera veredal y por la orilla de un rio, pasando por lugares de incalculable e indescifrable belleza. En una curva detuvieron el carro en que hacíamos el recorrido, lo orillaron y nos dijeron que de ahí en adelante continuaríamos a pie, lo cual aceptamos gustosos. Por una sen¬da angosta y húmeda, continuamos, hasta llegar a un arroyo de aguas cristalinas y heladas. Continuamos por el arroyo, aguas arriba, en medio de selva virgen y de perfume propio de flores silvestres, que hacía más y más ameno el recorrido. Horas más tarde llegamos a un paraje desprovisto de selva, cultivado en un pasto de singular belleza. Luego llegamos a unas casas, inmensas, llenas de turistas que habían hecho el mismo recorrido que nosotros, comiendo y bebiendo manjares como si jamás hubieran comido algo similar, 'Nosotros hicimos lo propio.

Muy cerca, se encontraba una cascada que provenía de las alturas del nevado del Ruiz, si la memoria no me falla, el agua se precipitaba y en su recorrido, se evaporaba en considerable proporción, para subir rauda a las nubes, como si la tierra no le gustara.

Pero como si todo ese paisaje tan infinitamente precioso, no bastara al lado de esa caída del agua, se encuentra una poseta circular en la roca, de un metro aproximado de profundidad, que contiene agua termal, que allí mismo brota y en donde se bañan las personas que hemos tenido el privilegio de ir a ese paraíso.

Nos regresamos y continuamos nuestras labores propias, agradeciendo a mi hija MARGARITA y a su compañero, al igual que al Todo Poderoso.

Pero este segundo paseo, conllevó a que se me despertara mayormente el propósito de conocer y más conocer los sitios turísticos de Colombia, a tal punto que me hace recordar un pasaje de una novela que se titula “a la diestra de Dios Padre”, y en «la que los protagonistas se les conoce como " Peralta y la Peraltona, que constituyen la pareja más romántica y más singular de cuantas he conocido. Eran tan buenos con todo el mundo, que cierto día por intermedio de un ángel, Dios le concedía tres peticiones que PERALTA le hiciera. Y en efecto una de esas tres peticiones, contra la voluntad de la Peraltona, es decir su esposa, pidió que se le otorgara la facultad de detener la muerte. Concedido, le respondió el ángel. Desde ese momento, PERALTA, detuvo la muerte en un gajo de un árbol, por muchos años, al punto que las avispas hicieron sus nidos en las cuencanos de los ojos de la muerte. Pero al cabo de considerable número de años, en que nadie moría, por estar presa la muerte, PERALTA , se conmovió del estado lamentable de su cautiva, y la dejó en libertad. La muerte al sentirse libre, ni siquiera se detuvo a dar las gracias a PERALTA, sino que de inmediato se fue trasladando de lugar en lugar, en forma insaciable, dando muerte a cuanto ser vivo se le atravesaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario